28/10/10

PARA EL QUE QUIERE SABER MAS: ORATORIA, EL LENGUAJE CORPORAL

EL LENGUAJE CORPORAL

 

Características del emisor


            La teoria de la comunicación, el análisis de sus modelos y el desarrollo de sus conceptos dieron lugar a cuatro vertientes de análisis que concentraran las características del emisor y son la imagen, kinestesia, proxemia y paralenguaje.

1.- imagen, es la forma en que el receptor persive al emisor, se concibe como un proceso dinamico que tiene fases distintas debido a que el receptor varia el concepto del emisor según la impresión que vaya generando, por lo que la manera de vestir la impostacion de la voz, el conocimiento del tema, la elección oportuna del lenguaje y la seguridad que refleje forman una imagen inicial que podra mejorar o empeorar de acuerdo con el desarrollo de la expresión oral del emisor.

            2.- kinestesia, es el movimiento corporal que se detecta en el orador y se refiere a la postura, los gestos, los movimientos de los hombres, la dirección de la cabeza  y la mímica en general, que en conjunto debe mostrar entusiasmo, convincion y un profundo interes por la persuasión.

            3.- proxemia, se refiere al aprovechamiento de las distancias haciendo uso del espacio fisico, para lo que se requiere atender la cercania hacia los receptores apartir de una estrategia de cobertura amplia que permita el contacto visual, auditivo y animico con todos los oyentes.

            4.- paralenguaje, es el conjunto de variables que rodean al lenguaje como la dicción, el volumen, el ritmo, la emotividad, la entonación, que en conjunto dan a las palabras la intención necesaria para imprimir al mensaje el sentido que se desea.
la postura:



Todo estudiante de oratoria tiene la obligación de aprender y, lo que es más importante, practicar los ademanes, las poses y las actitudes a adoptar durante una arenga. Por supuesto, no se trata de adquirir un hábito mecánico o autómata, sino de saber el modo de comportarse en cada ocasión, en cada pasaje del discurso.

El manejo de los ademanes ayuda a vencer la timidez, la nerviosidad y aun la ansiedad que se apoderan del orador, incluso de los más experimentados. Los ademanes amplios, armónicos, permiten que los pulmones se expandan y se regule la respiración, factor importantísimo en la oratoria y que contribuye a la oxigenación que evita el cansancio y el agotamiento.

Los ademanes, además, agregan convicción al discurso o infunden seguridad en el mismo orador. De este modo se habla en forma ordenada. Son muchas las personas que no se creen con aptitud para el discurso, mas apenas pueden moverse con soltura, accionando las manos, se sienten más resueltas y seguras.

Sin embargo, es necesario hacer una diferenciación entre los oradores. Los hay del tipo extravertido, y lo mismo del introvertido.


Los extravertidos son los más resueltos, los que se animan a hablar incluso sin haberse preparado para ello. Y hablan y hablan, en un exceso de verborrea que no ofrece muchos puntos de interés.

El tímido o introvertido, en cambio, es sensible, delicado, y piensa antes lo que a de decir. Al hablar lo hará en términos claros, abordando los temas de importancia con cierta exquisitez en el lenguaje y profundidad en el concepto. Siempre interesan las charlas de los introvertidos, pues cuando es posible que se vuelquen hacia afuera, lo hacen con unción y respeto por lo que van a decir. Según dijo Gustavo Lebón, los tímidos, los introvertidos, son los que pueden llegar a ser grandes oradores.

Pues, bien, una de las maneras más eficaces para que el tímido venza la aprensión frente al público, además del sacrificio y la fuerza de voluntad para conseguir el dominio de la palabra, es apelando al recurso de los ademanes desenvueltos.
Pero antes de entrar a explicar en lo que deben ser los ademanes sobrios y medidos en oratoria —cosa que hacemos al final del capítulo—, vamos a estudiar previamente las poses, las actitudes y los gestos.

LAS  POSES Y  LAS  ACTITUDES

Un orador ha de adoptar una determinada pose al subir al estrado, durante la presentación de que será objeto y luego durante todo el discurso.

Dicha pose no debe ser afectada ni estirada, pues no hay nada que impresione peor a un auditorio, por bien dispuesto que se halle, que una pose orgullosa o de afectación.
Sentarse o estar de pie en forma demasiado erguida, el cuello duro, la mirada fija, el gesto, adusto o sombrío, ciertamente, muy poco puede ayudar a un presunto orador.

Aclaremos, sin embargo, que estas actitudes suelen presentarse o adoptarse incluso contra la propia voluntad del interesado. A ello da lugar la preocupación, el temor, la nerviosidad. El orador se halla más preocupado por lo que va a decir, por el modo como será recibido por el público, que no repara en su propio comportamiento. De ese modo la pose estirada, el rostro ansioso y adusto, la expresión ausente, se manifiestan sin que el orador lo advierta.
Hemos enseñado precedentemente el modo de dominar los nervios. Ahora debemos explicar cómo se puede llegar a dominar el modo de comportarse frente a un público que nos contempla con escepticismo, acaso con sorna, esperando el menor error para echarse a reír.

Frente a ese público, antes y durante la presentación de estilo, el orador deberá practicar, en forma moderada y sin ademanes, la respiración rítmica. La profunda inhalación de oxígeno llevará nuevas y revitalizadas corrientes sanguíneas a los centros cerebrales, ahogando toda sensación de fatiga prematura, y dando al mismo tiempo la energía y resolución que hacen falta.

Al mismo tiempo, el orador debe soltar toda la tensión muscular y nerviosa. Para ello, no debe apretar la mandíbula, sino introducir la punta de la lengua entre los dientes, procurando al mismo tiempo sonreír sin afectación.
No hay cosa que mejor disponga a un auditorio que una sonrisa de simpatía, de comprensión, de identificación entre él y el orador. Al abrirse las compuertas de la reserva y la ansiedad, los espíritus se sueltan, predisponiéndose a la comprensión y el entendimiento.
Por todo ello, mientras sigue respirando rítmica y pausadamente, el orador ha de mirar a uno y otro punto de la congregación, en forma no afectada, sonriendo. De vez en cuando posará su mirada en un sitio determinado. Ella dará la impresión de que se fija en una persona determinada y todos creerán ser esa persona.

No afectación, aflojamiento de la tensión nerviosa y muscular, olvido de la ansiedad y el temor, son, entonces, la clave de una pose y actitud ideales antes y durante el discurso.
Para tener una idea exacta de lo que debe hacer frente al público, el estudiante debe practicar poses y actitudes frente a un espejo de cuerpo entero. Allí se observará con detención, de pies a cabeza, tal como lo haría el público. Deberá ir de uno a otro lado, moverse, mirar con la frente alta, pero, repitamos, sin afectación ni estiramiento. Y sonriendo siempre, también sin afectación y sin dar la impresión de que la sonrisa es falsa o de circunstancias.

Este simple ejercicio le permitirá tener una idea exacta de su comportamiento frente al público. Los movimientos deben ser sueltos, desenfadados, sin ser afectados. El orador debe dar, en toda ocasión, aun en el debut, la impresión de ser un orador experimentado.
LOS GESTOS
Veamos ahora cómo el gesto del orador rivaliza con la palabra. El gesto se muestra sin cesar y corre detrás del pensamiento, celoso de la palabra, pretendiendo suplantar a ésta. Por momentos intenta ser el único intérprete de aquél. Circunvalando la idea, el gesto procura representarlo con mímicas que a veces resultan ridículas, pero que en muchas ocasiones realizan su objeto. Como burlándose de su lentitud, el pensamiento se aleja danzando como una grácil bailarina de ballet. El gesto corre detrás de él y de un solo movimiento lo alcanza. Mas entonces no sabe que hacer, porque las evoluciones de la idea han vuelto a confundirlo. El pensamiento se acerca, se aleja, va y viene, sin detenerse nunca. Al contrario del gesto, que no puede seguir aquel loco ritmo.

Sin embargo, el pensamiento vuelve a animarse cuando el gesto lo acompaña. A veces, en verdad, el gesto resulta tan efectivo que uno solo basta para suplir una frase, incluso una oración entera. Y el verdadero orador sabe sacar el mayor provecho de ello. Sabe coordinar con inteligencia el pensamiento con la palabra y el gesto. En un mecanismo perfecto consigue dar vida a la idea con expresiones ajustadas y reveladoras, que se confirman con un adecuado gesto, símbolo en ocasiones de la justicia o la verdad.
Los gestos del orador deben ser sobrios, sencillos. La exageración los torna ridículos, cómicos. Y ya se sabe que de lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso. Un gesto hecho en el momento oportuno, cuando el pensamiento no quiere manifestarse abiertamente, causa admiración y respeto. Los puntos suspensivos, acompañados de adecuado gesto, también resultan tan expresivos y aun más que la palabra. Pero ¡ay! del orador que haga un gesto inoportuno, inadecuado, falso o ridículo. Todo su discurso se vendrá abajo, como cuando ceden los cimientos de un edificio en construcción. La gente soltará la carcajada, perderá el respeto al orador y no importa cuan grave sea el tema del discurso, ya no habrá poder en la tierra que consiga rehacer lo destruido. Sólo un mago de la oratoria podría sacar provecho de la risa del público, tornándola a su favor.

En consecuencia, el gesto debe ser mesurado, oportuno. No abusar de él. Pero usarlo cuando sea necesario subrayar una palabra, una frase; cuando el discurso demande señalar una intención, sin proferirla. En ocasiones, un gesto vale más que toda una serie de poses y actitudes, y el verdadero orador sabe utilizarlo con la mayor efectividad.
Los ejercicios que es necesario realizar para el dominio del gesto se reducen a prácticas frente al espejo. El estudiante debe controlar rigurosamente la forma, la extensión y el sentido del gesto. Debe llegar a saber con exactitud cuándo y qué tipo de gesto debe emplear en determinado pasaje del discurso. Debido a que los gestos son limitados en su número, no es posible abusar de ellos, porque su repetición causaría efecto contraproducente.

No obstante, un solo gesto, demostrado en ocasiones distintas, puede servir para subrayar también distintas expresiones, o para suplantar a la palabra.
Es este el dominio del gesto que el estudiante debe adquirir en repetidas prácticas frente al espejo. Y no solamente el estudiante de oratoria, sino todo aquel que ha de hacer del habla el sentido profesional de su vida, tal como los actores, los locutores de radio y televisión, los vendedores especializados, etcétera.

El estudiante debe saber también cuantas clases de gestos hay o se pueden hacer, qué se denota con cada tipo de gesto, en qué ocasiones se debe mostrar uno. En una palabra, debe tener absoluto dominio del motivo y la técnica del gesto, lo cual sólo es posible lograr con mucha práctica frente al espejo.
Finalmente, el estudiante debe tener muy en cuenta que el gesto es preferible usarlo como un adorno o un complemento imprescindible cuando de propósito se da a la palabra un sentido limitado. Realizar gestos a troche y moche, sólo puede causar el descrédito del discurseador.

UTILIDAD DE LOS ADEMANES

Los ademanes son tan importantes en el discurso, que uno pronunciado por el más elocuente orador, no tendría el efecto esperado si no se acompañara por adecuados ademanes. En sustancia, discurso es expresión; ademán es convicción, firmeza, resolución, verdad. Una frase dicha con toda la mayor expresividad no tendría sentido de realidad si no fuera rubricada con un ademán preciso.

Pero los ademanes, como ya lo hemos visto, prestan un servicio aún más importante: dan validez y concreción al propósito del discurso. Pongamos un ejemplo. Si un discurseador fuese obligado a pronunciar su pieza teniendo las manos atadas a la espalda, es muy posible que sólo consiguiera decir las cosas a medias. Se interrumpiría a cada instante, perdido con frecuencia el hilo de sus pensamientos. Además, no se sabría cuándo darle el mayor crédito, pues el discurso resultaría monótono, zafio.

Para entrar en el calor de la expresión, los oradores tímidos necesitan del ademán como el caminante del desierto requiere el agua. El introvertido, sin ayuda de él, no podría ir muy lejos. Se detendría, a cada momento, sintiéndose incapaz de reencontrar el hilo del discurso. El ademán resulta para él su mejor auxiliar, pues le basta mover expresivamente una mano para hallar la veta de un sorprendente y galano discurso, que irá sacando a la luz con el adorno de coloridas y hermosas frases.

Sin embargo, como en todas las cosas, lo poco, lo preciso y medido, es útil, lo exagerado o repetido, contraproducente. El orador debe utilizar el ademán como un valioso auxiliar, para señalar, subrayar, acentuar o rubricar una expresión. El ademán en ciertos casos sirve también para estimular la palabra, o para buscar la inspiración. Pero si se exagera en esto y se hacen ademanes sin ton ni son, o para cada palabra, entonces, como puede suponerse, el efecto será el más desastroso.

La manera de dominar el ademán, de la misma manera que se domina la pose y la actitud, así como el gesto, es practicando frente al espejo. Unos y otros deben complementarse, sirviendo de adorno a la palabra.

Por todo ello, lo que el estudiante debe buscar con estas prácticas es la perfecta coordinación y unidad del pensamiento, la palabra, el gesto y el ademán, subordinando el conjunto a la claridad de la mente y la serenidad de los nervios. Por decirlo así, se trata de un automatismo consciente y mecánico que entra en función en la necesidad o conveniencia del discurso.

Compréndase bien esto: debe existir no sólo cohesión, sino medida, en el conjunto de la expresión oral y la muda. Un solo factor disonante en el conjunto echará a perder el resto, por bueno que resulte éste. Si la pose o el gesto son exagerados, por más que la palabra sea justa, elocuente, expresiva, convincente, perderá todo su efecto; de la misma manera, si la voz es inadecuadamente altisonante, la muda expresión del gesto o el ademán, jamás alcanzará a tener el sentido requerido y, por el contrario, se convertirá en la gota que desbordará la copa. De lo sublime a lo ridículo. . .

Es por ello que no nos cansaremos de insistir ante nuestros lectores para que las precedentes prácticas se realicen concienzudamente, hasta lograr un perfecto dominio en el conjunto. La voz, la serenidad, la pose, el ademán y la palabra, deben formar una maravillosa conjunción, sin la cual el discurso carecería de homogeneidad, expresividad y objetividad.

PRÁCTICA DE LA ORATORIA 

Situándose frente al espejo y procurando no perder detalle respecto a la pose, actitud, ademán y gesto, el estudiante debe ejercitarse en la lectura de un texto adecuado, por ejemplo un discurso, de los tantos que marcan época en la historia de la literatura.
Pero este estudio debe ser integral. Es decir, debe contemplar todos los aspectos que hemos venido considerando hasta ahora, sobre la más correcta fonación, la actitud, la expresión del rostro, el mesurado ademán. Unos y otros deben condecir con el texto de la frase, la oración y aun el discurso. En una palabra, la práctica de la oratoria frente al espejo debe lograr la más perfecta conjunción, para que el resultado sea el deseado.

La práctica de la oratoria, en esta primera fase, debe contar con el espíritu crítico del estudiante, que no debe dejar pasar por alto la menor observación. Debe ser justo y sincero consigo mismo, pensando que, por mucho que se critique a sí mismo, llegará la oportunidad en que un público adverso hará lo mismo, buscando en él un punto débil para atacarlo sin consideración.

Estas prácticas deben ser diarias, en una duración de media a una hora. Repetimos, cada palabra, cada gesto, cada modulación, cada ademán, deben ser medidos estrictamente, tanto en lo general como en lo individual.

Para mejor resultado, el estudiante debe hallarse solo; pero si existe la posibilidad de acompañarse de un amigo que realice los mismos estudios, el efecto será mejor.
En esta primera parte de la práctica, no sólo los resultados deben satisfacer plenamente, sino que, poco a poco, se irá adquiriendo soltura, tanto en la expresión del discurso como en el ademán. Se procurará al mismo tiempo dominar todo vestigio de nerviosidad. La serenidad, a ser posible, debe ser completa. La inseguridad proviene del hecho de que un improvisado orador no sabe qué hacer o cómo pronunciar su discurso, no sabe qué actitud asumir, ni el ademán a realizar, si su gesto habrá de ser tal o cual. En suma, tiembla de temor y nerviosidad al ignorar cuál será su aspecto en general frente al temible auditorio y, sobre todo, porque desconoce el timbre de su voz, y teme además cometer errores garrafales en la dicción.

En consecuencia, la práctica de la oratoria tiende a destruir todos los temores, inhibiciones e inseguridades. Cuando un orador capacitado se pone frente al público, aun por primera vez, sabe perfectamente los límites de su capacidad y, sobre todo, conoce con cierta exactitud cuál será su desempeño. Esa misma seguridad lo hace dueño de sí, lo que es decir, dueño de la situación, del escenario y del público.

Sin embargo, no creemos que haya quien renuncie a tan elevado objetivo, por más tropiezos que en uno u otro sentido encuentre al principio. El estudio y la capacitación de cualquier oficio, arte o profesión, han de ofrecer dificultades a veces insuperables, a pesar de lo cual suman miles, millones, los que coronan sus esfuerzos.

De la misma manera, es de confiar que cuantos nos han seguido hasta ahora en el propósito de lograr una capacitación ideal en el uso de la palabra oral, continúen hasta el final, por más inconvenientes que vean al comienzo.

Hacerlo así, podemos asegurarles, les resultará del todo conveniente, no sólo en el terreno de las realizaciones puramente espirituales, sino en el de las otras.

La práctica de la segunda fase de la oratoria no es otra que la de expresar siempre frente al espejo la propia pieza del discurso.

Una advertencia importante: al decir «redactado» no queremos dejar sentado de que toda pieza oratoria debe ser escrita y leída. No. Rotundamente no.

Los mejores discursos han resultado siempre, por su contenido humano, aquellos pronunciados en circunstancias no de estricta improvisación, sino de natural espontaneidad. Improvisar —como su mismo nombre lo indica—, es una cosa, y otra decir un discurso sin necesidad de leer su texto.

Tampoco nos estamos refiriendo a la necesidad de escribir un discurso y aprenderlo luego de memoria, para expresarlo como lo haría un actor, con palabra, gesto y ademán rimbombantes.
Al decir «redactar» nos hemos referido a la técnica de escribir y memorizar los puntos o párrafos claves del discurso. Por ejemplo, se trata de hablar sobre un tema social. El mismo debe ser estudiado y planificado en sus partes y en su conjunto. De conformidad a tal planificación, el orador irá señalando mentalmente los puntos iniciales de cada parte, párrafo, sección o tópico, en que habrá dividido el discurso, para hacerlo inteligible y objetivo. El conocer de memoria esos puntos, le permitirá al orador desarrollar su pieza oratoria en la forma ideal, hasta la culminación de la misma.

Muchos oradores, para mayor seguridad, anotan esos puntos en una pequeña tarjeta, lo que les permite lograr la cohesión necesaria sin perder de vista los objetivos y los puntos de interés.
Pues, entonces, lo que esperamos es que nuestros estudiantes aprendan el modo que a ellos les resulte más fácil y conveniente de señalar las partes del discurso, después de haberlo ideado, proyectado y planificado concienzudamente.

Luego, con todos esos elementos a la mano, el estudiante debe realizar la última práctica, consistente en pronunciar su discurso frente al espejo.

Al hacerlo, debe tener en cuenta varias cosas, todas las cuales ya hemos estudiado, exceptuando el contenido del discurso. Debe fijarse en su modo de actuar, en sus gestos y ademanes. Debe controlar y medir la intensidad de la voz, acondicionándola a cada circunstancia del discurso. Del mismo modo, fiscalizará estrechamente la dicción, señalando aquellas palabras que le resultan un tanto difíciles de pronunciar. Habrá de medir la modulación y musicalidad de la palabra, graduándola para lograr el sentimiento ideal en el auditorio.

La autocrítica referente a cualesquiera de los puntos indicados y la severa autodisciplina en el estudio, le permitirán al futuro orador lograr el mayor grado de perfección posible en la expresión de un discurso.

Porque no se trata solamente de corregir los defectos que en uno u otro aspecto puedan tenerse, sino de lograr la mayor naturalidad posible, esa que parece ser privativa sólo de los grandes oradores. Y no es tal. Lo que sucede es que esos grandes del discurso han aprendido, con la práctica y la experiencia profesional, a mantener la serenidad, no importa la naturaleza del auditorio o el ambiente, en todo momento. Ello los hace dueños de la situación, al tiempo que les permite desarrollar su discurso de acuerdo al plan.

Práctica y experiencia es lo que se adquiere, precisamente, con repetidos ejercicios. En este caso, frente al espejo, lo que es decir, frente a su misma conciencia, el estudiante irá aplomándose, ganando espontaneidad y soltura en el movimiento, el gesto y la palabra, acondicionándolas a un solo objetivo: su dominio del difícil arte de la oratoria.

Y para lograr tal dominio, en la mayor perfectibilidad posible, el estudiante deberá practicar no una sino cinco, diez, cien veces y aun más si es posible, frente al espejo. Tal es, y no otro, el precio del triunfo.


REALIZADO POR TRIBUNO

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